Hijo de sangre española

La imagen puede contener: una persona, de pie, sombrero, barba y primer planoLos pilotos argentinos de la guerra de las Malvinas son toda una leyenda de heroísmo. “Los mejores soldados del mundo”, les llamaron en una publicación militar británica, y es verdad que sus hazañas asombraron hasta a sus enemigos en aquella guerra extraña, cuando Argentina trató de recuperar la soberanía de sus islas. Los argentinos volaban casi a ciegas, a diez metros sobre el nivel del mar, y por delante se llevaron a varios buques ingleses, aunque cada una de esas victorias las pagaron con mucha sangre. Era tal el valor que exigían sus misiones que alguien sospechó que iban drogados. “Claro que vamos puestos -respondió uno de ellos al regresar de una misión, mientras sacaba un rosario del bolsillo y lo mostraba-. Ésta es nuestra droga”.


Pero el respeto que en esa guerra ganaron los soldados argentinos no se gestó sólo en el aire. En la batalla de Goose Green la infantería puso más que en aprietos al todopoderoso ejército británico, abrumadoramente superior en medios y efectivos. Y es imposible recordar aquellas jornadas sin detenerse en el nombre propio de un joven oficial: Roberto Estévez.
Era el séptimo de nueve hermanos, nieto de un inmigrante español, y bastante famoso entre sus camaradas de armas por un episodio que protagonizó durante el curso de comandos. La instrucción de esas tropas de élite es de conocida dureza, y en una de las pruebas el entonces subteniente Estévez sufrió un paro cardiaco. Después de varios minutos intentando reanimarle, y cuando el médico ya le había dado por muerto, Estévez recobró el latido. Pero no era esto lo que se comentaba en los cuarteles, sino el hecho de que, al día siguiente, Estévez se reincorporaba al curso, que consiguió terminar con brillantez, como todo lo que acometió en su corta carrera militar.
La vocación era temprana. Con ocho años ya dibujaba historietas de héroes que se encargaban de rescatar las Malvinas. Así que debió sentir una fuerte emoción cuando el 2 de abril desembarcó allí junto con sus tropas. Tras semanas de un duro hostigamiento aeronaval, los ingleses se decidieron a dar el golpe definitivo. El 26 de mayo, lanzaron un infierno entero sobre las tropas argentinas, y llegó la hora de la sección que mandaba Estévez. El relato de sus soldados es coincidente: su jefe recorría dando ánimos todas las posiciones, defendidas ante un enemigo muy superior. Le hirieron, una, dos, tres veces. Con varios balazos aún siguió dirigiendo el fuego, poniendo a cubierto a los heridos, e incluso disparando él mismo una ametralladora, hasta que un último proyectil le alcanzó en la cabeza. Había presentido el final pocos días antes, cuando le escribió a su padre estas impresionantes líneas:
“Querido papá,
Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor. El, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en cumplimiento de mi misión. Pero fijate vos, ¡que misión? ¿no es cierto? ¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía?. Dios, que es un Padre Generoso ha querido que éste, su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria.
Lo único que a todos quiero pedirles es: 1) que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo. 2) que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza y, muy importante, 3) que recen por mí.
Papa, hay cosas que, en un día cualquiera, no se dicen entre hombres pero que hoy debo decírtelas: Gracias por tenerte como modelo de bien nacido; gracias por creer en el honor; gracias por tener tu apellido; gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española, gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar.
Hasta el reencuentro, si Dios lo permite. Un fuerte abrazo. Roberto.”
Nació en Posadas, Argentina, en 1957. Participó,como teniente de infantería, en el desembarco en las Malvinas de 1982. Su participación ese año en la batalla de Goose Green le valió, a título póstumo, la Cruz al Heroico Valor, máxima condecoración militar de la república, concedida por "Dirigir un contraataque durante la noche, en una zona ocupada por fuerzas enemigas superiores, para permitir el repliegue de efectivos propios comprometidos. Pese a resultar herido seriamente, continuar en la acción, ocupar el objetivo asignado y mantenerlo en situación desventajosa, rechazando sucesivos ataques”

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