La tentación de no existir - J.D. Salinger
El novelista auténtico aspira a esconderse detrás de sus personajes, aunque hoy tantas veces el narrador se convierte en un patético comercial de sus historias, que a la vez son apéndices exagerados de su propia pose. Por eso Salinger no es “El guardián entre el centeno”, no es Holden Caufield, ese adolescente insoportable que le hizo famoso y al mismo tiempo tan desgraciado. Ni Cervantes es el Quijote, ni Tolstoi Ana Karenina; ni siquiera Joyce es Stephen Dédalus. Produce cierto sonrojo, por evidente, el explicarlo, pero es que al leer las decenas de obituarios sobre el escritor, tras su muerte hace pocos años, escandalizaba tanta identificación pueril entre el autor y la obra. Otra cosa distinta es que en cada pincelada del pintor, o en cada corchea del músico, haya un pedazo del alma del artista, por supuesto, y al igual en cada letra y en cada personaje de una novela. En El guardián entre el centeno, Holden es capitán del equipo de esgrima de su colegio, al igual que lo fue Sa