RECUERDO DE PETER PAN

Al principio sólo era un cuento, la mejor manera de entretener a los niños de una familia amiga del periodista y dramaturgo que lo ideó, J.M. Barrie. Hoy sirve para definir a toda una generación, la de las adolescencias alargadas, la del nihilismo blandito, naïf, tan llorica y tan buenista que no podría encajar que esos niños del cuento original crecieron para morir en los campos de batalla de la Gran Guerra, o que se ahogaran trágicamente en un río. Claro que al personaje de Barrie lo habían maltratado antes los psiquiatras, utilizándolo para denominar un síndrome convertido en pandemia, el del miedo a crecer y aceptar las responsabilidades del adulto, viviendo siempre en una fantasía mimada y consentida por la penicilina.
Al principio sólo eran cuentos, después fue obra de teatro, y luego la novelita deliciosa que inspirara a Disney una de sus mejores películas y que llega hasta las canciones pop de Dani Martín, porque el de Peter Pan es nuestro universo compartido, y Wendy el primero y más puro de los amores, que más tarde Campanilla -el hada verde o el whisky solo- todo lo ensucia.
Y lo más curioso es que, aunque al principio sólo fuera un cuento, cosa de niños, opinara Bernard Shaw que la obra era algo muy de adultos, así que los que permanecen prisioneros en Nunca Jamás nunca la entenderán del todo, y de hecho hasta se ha suavizado con el tiempo, y ya muy pocos saben que la historia original está repleta de crueldades y de cadáveres, porque la muerte y el dolor son proscritos de nuestro pensamiento, por lo que tienen de autopistas hacia la madurez.
Y, con todo, todavía merece la pena revisitar el libro de Barrie en la edad adulta, porque su mayor actualidad no obedece a nada de lo anterior, sino a cierta melancolía que desprende, que casi se oye el crujir de los cimientos de la era victoriana, y es muy contemporáneo el contemplar, con mirada infantil, a un mundo que desaparece.