Porcia Catonis, la última patricia de Roma

En aquellas vísperas de los idus de marzo las estatuas de Julio César aparecían engalanadas con diademas de flores, simulando coronas. La República estaba desapareciendo. Para algunos romanos la palabra “rey” era sinónimo de tirano, traía el recuerdo ominoso de Tarquino, aquel que fuera derrocado por Lucio Junio Bruto, antepasado del Bruto más famoso. Pero César estaba inaugurando un tiempo nuevo, y el pueblo estaba dispuesto a divinizarle, aunque ello supusiese acabar con la tradición que había forjado la libertad y la grandeza de Roma. Las mismas noches que algunos ponían las coronas sobre las estatuas de Julio, otros dejaban mensajes anónimos en casa de Marco Bruto, instándole a proteger la república, recordándole el heroísmo de sus ancestros. Su cuñado Casio también le animaba a la acción, quizá por razones más personales, y así, inevitable como todo lo fatal, nació la conjura: había que matar a César. Y esta es la historia mil veces contada, la que según Quevedo relata “los premios y castigos que la liviandad del pueblo dio a un buen tirano y a un mal leal”, una historia triste, como todas en las que los hombres que actúan con virtud desencadenan la catástrofe.Pero hoy no hablemos de hombres, sino de mujeres, o de Mujer, con mayúsculas, que para citar a Porcia es necesaria toda reverencia, la misma que utilizaba Sherlock Holmes cuando hablaba de Irene Adler, la única que pudo derrotar al más famoso detective.Porcia era la mujer de Bruto e hija de Catón, otro gran defensor de la república, que prefirió suicidarse vaciándose las entrañas con sus manos antes de caer prisionero de Julio. Estos romanos, siempre tomándolo todo tan a la tremenda. El caso es que Porcia observaba la inquietud de su marido, las reuniones de madrugada, el ambiente enrarecido en su casa, porque Bruto, hasta el final, siguió amando a César, y no le fue fácil decidirse, ni tampoco fue sencillo poner en pie la conspiración. Porcia leyó en el alma atormentada de su esposo, sabía que le ocultaba algo pero no quiso interrogarle, al menos hasta demostrar que sabría ser digna de su confianza. Así, cogió un cuchillo y se hizo una profunda incisión en el muslo. Después se presentó ante Bruto, pálida y febril, hablándole de esta manera: “Yo, Porcia, hija de Catón, me casé contigo no como las concubinas, solamente para el consorcio de la mesa y de la cama, sino para ser tu compañera en lo próspero y lo adverso.” Y continúo luego diciéndole que no soportaba verle sufrir sin poder servirle de ayuda, que sabía que un secreto le atormentaba, que quería que lo compartiese con ella, y para demostrarle que sería capaz de soportar el dolor y aún la muerte antes de revelarla, se había herido de aquella manera.En su acción hay orgullo herido por ser tratada como una mujer cualquiera, no como merecía la hija y nieta de catones, y a la vez un amor profundo, que no soporta ver sufrir a su esposo en solitario. Debió llevarse una gran alegría al saber que el secreto proyecto estaba a la altura de los antepasados del matrimonio, que en la conspiración se decidía el futuro de la república. En los idus de marzo, Bruto salió a citarse con la Historia, pero hasta pocos momentos antes de desnudar su espada -por medio de mensajeros- estuvo en contacto con su esposa, todavía en peligro por la herida de la pierna. Lo demás es de sobra conocido: César murió tapándose el rostro por no ver a su amigo hiriéndole; Bruto se hizo responsable casi en solitario de la acción, porque los demás conjurados huyeron aterrorizados; y luego la guerra, en la que Marco Antonio y Octavio acabaron con los ejércitos de Bruto y Casio.Porcia, al conocer la derrota y su viudedad, lloraba sin encontrar consuelo. Su familia la vigilaba quitando de su alcance cualquier arma con la que pudiera herirse. “¿cuándo dejaréis de llorar?”, le preguntaban. “Cuando deje de vivir”, respondía. Y al final acalló el llanto tragándose unas ascuas encendidas.Nació en el 70 antes de Cristo, y murió en el 43 a.C, el mismo año en el que murieron su marido Marco Bruto y Julio César. Aficionada a la filosofía, famosa por su terrible suicidio al ingerir ascuas ardientes, la historia debiera recordarla como ejemplo de la importancia que las mujeres patricias tuvieron en la república romana, que quizá hay que buscar en ellas las causas de la grandeza y de la decadencia, antes que en los hechos de armas de sus padres y sus esposos. Probablemente fue la única mujer al tanto de la conspiración para asesinar a Julio César y salvar la república.

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